viernes, 9 de enero de 2009

“De asombros perdidos, muertes posibles y otros desvaríos…”

Corrientes 20 de febrero del 2008.

03:15 am

...En lo de desvaríos léase: “El sueño eterno de París”, “el final de una era revolucionaria que no fue tal” y “el idealismo del Che Guevara”.

Hace unos días que no escribo, las razones son muchas y ninguna. Por un lado el rayito de esperanza sigue intentando colarse en mi vida; el vacío por su parte arremete con todo, frenando y paralizando mis acciones. Sin embargo en mi mente fluyen y confluyen ideas raras que van tanto para un lado como para otro. Nada parece detenerse en los engranajes de mi cerebro, así que finalmente rendida, caigo otra vez por aquí a dejar algunos de los pensamientos que llenaron mi cabeza en estos días.

Tengo que advertirles: no tienen un hilo conductor, ni argumento, nada sigue una lógica, salto de una reflexión a otra sin aparente motivo. Son digamos las reflexiones típicas y no tanto, de mi absurda existencia diaria.

Hoy comenzaré con una anécdota pero sin precisarla demasiado. Hace dos días venía un remiss después de haber rendido una materia más de mi carrera que paradójicamente con la falta de lógica con la que aquí escribo, se trataba de lógica precisamente y a pesar de mi interés por lo absurdo e ilógico de los últimos tiempos, me obsequiaron con un agradable distinguido. Cosas de la vida. La cuestión es que ya en el remiss y regresando a mi vida de monotonía pesimista, compartí el viaje con tres desconocidos, (el remissero de turno y dos pasajeros aislados más). Uno de ellos, un poco curioso quizás, evidenciaba fuertes intenciones de sostener una conversación. Cuando el remissero de turno ignoro sus jocosas preguntas, se abalanzó sobre mí. Pues con su curiosidad advirtió que yo tomaba mi libreta universitaria entre las manos y miraba quizás con algo de emoción y orgullo (por traspasar una barrera más en el “lleno de obstáculos” camino que me presenta mi carrera), decía miraba la firma de mi profesora al final de la que era esta nueva materia aprobada.

Nuestro ávido de conversación pasajero aislado alcanzó a leer con sus curiosos ojos, el nombre de la facultad en la que hace años me he metido llena de miedo y recelos al nuevo mundo que debo enfrentar; el pasajero me dijo: “así que facultad de humanidades”, yo correspondí con un débil gesto de asentimiento, pues no me gusta conversar, por lo general demasiado con gente que no conozco. El enseguida atacó de nuevo y afirmó: “Tu facultad es medio bohemia y todos son unos idealistas”. Esa afirmación que era para mí una acusación velada, me comenzó a irritar. Obviamente hay que reconocer que una parte es cierta pero no me gustan las generalizaciones. Yo apruebo los ideales que nos llevan a luchar pero no me reconozco a mí misma como una genuina idealista. Terminé por responderle un simple “No todos”, pero él arremetió otra vez y dijo, “para mi sí, sobre todo los de filosofía”, yo lo mire por un segundo y dije algo así como “acá tenes una, yo soy estudiante de la licenciatura y el profesorado en filosofía”. Debí agregar quizás “y no persigo ideales ni soy bohemia”. Porque lo que me revienta del asunto es que nos vean y piensen así una gran parte de la gente que lamentablemente no sabe nada de lo que es la filosofía o como somos en verdad los que estudiamos eso que una gran mayoría no sabe que es.

Para mí el ideal de lucha y el ser bohemio, en una gran parte, es solo una cáscara que algunos encuentran entretenido; después esta una minoría que lleva los ideales en el cuerpo, que los defienden sobre todas las cosas y ante todos, son esos que darían la vida por los mismos. Esos no son bohemios ni idealistas por ser una moda o segur la corriente de la masa. Esos no son lo que son por ser estudiantes de filosofía o en general de las ciencias humanas. Son lo que son por ser personas concientes de que luchar por los ideales es mucho más profundo que predicar y largar discursitos vanos. No soy quién para cuestionar si en casos concretos vale la pena dejarse morir por ellos (por los ideales digo), pero los verdaderos idealistas lo hacen y luchan a muerte por ellos, son los que entregan su vida y luchan por los demás sin tener nada que los avales y son pobres económicamente pero inmensamente ricos en calor humanitario. Son solidarios con el otro sin esperar nada a cambio, sin anhelar honores, sin tener ambición de fama, ni codiciar dinero, sin preguntar a quién es al que se ayuda, sin disminuir al otro. Esos son idealistas para mí, los que unen las palabras a los hechos, los que ayudan al amigo o enemigo si lo necesita o a quién sea. Esos no están solo en humanidades, incluso podría decir que de esos hay pocos allí realmente. Pero esa es otra cuestión.

A parte de los idealistas de moda y los idealistas de sangre hay otros, los primeramente no idealistas, los quizás demasiado pesimistas para luchar, los que reconocen quizás la necesidad de luchar pero se conforman, se estancan en la realidad. Son cobardes quizás, pero no fingen como los primeros idealistas y en todo caso quizás alguno logre escapar de su conformismo y de sus propios miedos y quizás estos no idealistas algún día encuentren el impulso que también los lleve a obrar y entregar la vida por un ideal, y entregar la vida no es solo dejarse morir o luchar hasta la muerte, sino que hace referencias a la necesidad de jugarse y sacrificar un montón de cosas por su causa.

En este grupo debo reconocerme y ubicarme a mi misma, por ahora tejo reflexiones, acumulo pensamientos pero no lucho, no uno la acción a la palabra, me falta el valor, me falta el desapego de otras cosas que por hoy no puedo ni quiero sacrificar. Quizás nunca lo haga. Aunque sin embargo quizás alguna vez si encuentre una forma de ayudar a los demás, aunque en el fondo yo no sacrifique, ni entregue mucho a cambio. Mientras y lo digo lamentándome, represento mi papel de conformista y desvarío en mis silencios, lucho entre mis pensamientos, lo que no quiero permitirme luchar en acciones. Y estoy bien, estoy conforme, ¿de que otro modo podría estar una conformista no idealista?

Perdón ya me fui demasiado de la anécdota. Mejor será que continuemos (…).

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